
Opinión de: Bill Laboon, vicepresidente de Ecosistema en la Web3 Foundation
Sam Altman, CEO de OpenAI, mostró recientemente un momento de humanidad en un mundo tecnológico que a menudo promete demasiado, demasiado rápido. Instó a los usuarios a no compartir nada con ChatGPT que no quisieran que un humano viera. El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos ya ha comenzado a tomar nota.
Su advertencia apunta a una verdad más profunda que sustenta todo nuestro mundo digital. En un ámbito donde ya no podemos estar seguros de si estamos tratando con una persona, está claro que el software es a menudo el agente que se comunica, no las personas. Esta creciente incertidumbre es más que un desafío técnico. Ataca la base misma de la confianza que mantiene unida a la sociedad.
Esto debería hacernos reflexionar no solo sobre la IA, sino sobre algo aún más fundamental, mucho más antiguo, silencioso y crítico en el ámbito digital: el cifrado.
En un mundo cada vez más moldeado por algoritmos y sistemas autónomos, la confianza es más importante que nunca.
El cifrado no es solo una capa técnica; es la base de nuestras vidas digitales. Protege todo, desde conversaciones privadas hasta sistemas financieros globales, autentica identidades y permite que la confianza se extienda a través de fronteras e instituciones.
Fundamentalmente, no es algo que pueda recrearse mediante regulaciones o sustituirse con políticas. Cuando la confianza se rompe, cuando las instituciones fallan o el poder se utiliza indebidamente, el cifrado es lo que queda. Es la red de seguridad que garantiza que nuestra información más privada permanezca protegida, incluso en ausencia de confianza.
Un sistema criptográfico no es como una casa con puertas y ventanas. Es un contrato matemático: preciso, estricto y diseñado para ser irrompible. Aquí, una “puerta trasera” no es solo una entrada secreta, sino un fallo incrustado en la lógica del contrato, y un solo fallo es suficiente para destruir todo el acuerdo. Cualquier debilidad introducida para un propósito podría convertirse en una apertura para todos, desde ciberdelincuentes hasta regímenes autoritarios. Construida enteramente sobre la confianza a través de un código fuerte e inquebrantable, toda la estructura comienza a colapsar una vez que esa confianza se rompe. Y en este momento, esa confianza está bajo amenaza.
La iniciativa ProtectEU de la Comisión Europea propone un mecanismo que obliga a los proveedores de servicios a escanear las comunicaciones privadas directamente en los dispositivos de los usuarios antes de aplicar el cifrado. Esto convierte efectivamente los dispositivos personales en herramientas de vigilancia y rompe la integridad del cifrado de extremo a extremo. Si bien los actores estatales nunca permitirían tal vulnerabilidad en sus propios sistemas seguros, este mandato crea un estándar de seguridad separado y más débil para el público.
En la superficie, suena como un compromiso razonable: un cifrado más fuerte para los gobiernos, con el llamado “acceso legal” a los datos de los ciudadanos. Sin embargo, lo que propone es un desequilibrio codificado, uno en el que el estado cifra y el público es descifrado.
No deberíamos vivir en un mundo donde solo los poderosos pueden ser privados.
En una era de IA omnipresente, piratería patrocinada por el estado y vigilancia digital masiva, debilitar el cifrado no es solo una visión a corto plazo, sino una imprudencia sistémica. Para aquellos de nosotros en el mundo descentralizado, este no es un debate abstracto; es una cuestión de preocupación práctica. El cifrado fuerte e irrompible es mucho más que una característica técnica; es la base sobre la que descansa todo lo demás.
Por eso la misión de Web3 debe permanecer arraigada en su promesa fundamental: la verdad. No la verdad por autoridad, sino la verdad por verificación. Este principio de un contrato autoaplicable es la razón por la que los verdaderos sistemas descentralizados se construyen sin un maestro de claves o una institución que las posea. Introducir una puerta trasera es una contradicción; restablece un punto central de fallo, violando la premisa misma de un sistema sin confianza. La seguridad es un estado binario: o está presente para todos, o no está garantizada para nadie.
Afortunadamente, estos principios no son solo teóricos. Las primitivas criptográficas que emergen de este espacio (pruebas de conocimiento cero que pueden confirmar hechos sin exponer datos, y sistemas de prueba de persona que resisten ataques Sybil sin comprometer la privacidad) ofrecen una alternativa real y funcional, demostrando que no tenemos que elegir entre seguridad y libertad.
La ironía es cruda: el mismo campo que ahora está amenazado posee las herramientas que necesitamos para construir un futuro digital más seguro y abierto. Uno basado no en la vigilancia o el control de acceso, sino en la innovación sin permisos, la confianza criptográfica y la dignidad individual.
Si queremos un mundo digital seguro, inclusivo y resiliente, entonces el cifrado debe seguir siendo fuerte y universalmente estandarizado para todos.
No porque tengamos algo que ocultar, sino porque todos tenemos algo que proteger.
Opinión de: Bill Laboon, vicepresidente de Ecosistema en la Web3 Foundation.
Este artículo tiene fines informativos generales y no pretende ser ni debe considerarse asesoramiento legal o de inversión. Las opiniones, pensamientos y puntos de vista expresados aquí son únicamente los del autor y no reflejan ni representan necesariamente las opiniones y puntos de vista de Cointelegraph.





