En el siempre cambiante panorama de las finanzas globales, dos activos se han destacado por su creciente atractivo entre inversores de todo el espectro: el oro, el metal precioso con milenios de historia, y Bitcoin, “la criptomoneda que nos ha llevado a repensar el concepto de dinero. Ambos, aunque con orígenes y fundamentos radicalmente distintos, comparten una característica fundamental en el discurso colectivo: ser refugios de valor ante la incertidumbre económica y la devaluación de las monedas fiduciarias. Pero, ¿qué es lo que los hace tan deseables en la actualidad?
La historia de Bitcoin y su relación con el oro es, en sí misma, un relato fascinante. Satoshi Nakamoto, el misterioso creador de Bitcoin, no se presentó como un economista tradicional. Y la verdad es que, aunque lo hubiera sido, no economista es un genio que lo sabe todo y cuya visión deba reemplazar un sistema entero. Sin embargo, lo que sí es claro es que Satoshi, o el grupo detrás de ese nombre, participaba en un proyecto con una fuerte influencia libertaria, cypherpunk, e indudablemente, inspirado en los tiempos del patrón oro. De hecho, desde el principio, para explicar qué era Bitcoin, se utilizó la metáfora del oro: “es como el oro, pero un oro digital”.
Esta analogía, si bien útil para la comprensión inicial, ha generado no poca confusión. Muchos han llegado a pensar que el uso de esta metáfora implica que Bitcoin, desde el punto de vista financiero, se comportaría exactamente como el oro. Y que los inversores lo adquirirían con las mismas motivaciones. Lo cual, por supuesto, no siempre es así.
Es un error fundamental confundir un mero juego de palabras con la compleja realidad de un activo. Los activos financieros son entidades complejas, influenciadas por innumerables factores. Las personas compran un activo cuando creen que su valor subirá en el futuro. Y en el caso de activos especulativos, aquellos cuyo precio depende fundamentalmente de la oferta y la demanda, la narrativa que se imponga juega un papel protagónico. Y esta narrativa, seamos honestos, suele ser impulsada por las partes interesadas.
Piénsalo con un Picasso o un Andy Warhol: los que mejor hablan de esos artistas son los coleccionistas y las galerías que tienen sus obras, ¿verdad? Sus intereses están alineados con una narrativa de valor ascendente.
Volviendo al oro, su historia y sus correlaciones están bien documentadas. El mercado anticipa su rol como baluarte contra la devaluación de las monedas por parte de los gobiernos. Se espera que se fortalezca en tiempos inciertos, cuando las instituciones tradicionales parecen tambalearse. Es un refugio probado a través de milenios, una constante en el universo financiero. Su atractivo reside en su capacidad para preservar el poder adquisitivo a lo largo del tiempo, actuando como una cobertura natural contra la erosión monetaria. Además, es un activo con una liquidez global excepcional y una inmunidad al control político, factores que le confieren una independencia que pocos otros activos pueden igualar. Es, en esencia, un depósito de valor tangible.
Ahora bien, cuando miramos a Bitcoin, el panorama se vuelve más matizado. Su ascenso no solo se debe a la analogía con el oro, sino a factores específicos de la era digital. La regulación favorable en algunas jurisdicciones clave, o la percepción de que un gobierno estadounidense (o cualquier otro) podría volverse “pro-cripto” a través de decisiones políticas o legislativas, juega un papel crucial. La existencia de ETF de Bitcoin, por ejemplo, ha facilitado la entrada de capital institucional que antes encontraba barreras. Esta legitimación por parte del sistema financiero tradicional es una narrativa poderosa que impulsa su demanda.
El atractivo fundamental de Bitcoin reside en su diseño intrínsecamente descentralizado y autónomo, libre de la intervención de gobiernos o bancos centrales. La clave de su promesa como reserva de valor radica en su oferta limitada y predecible: solo existirán 21 millones de bitcoins, y la emisión de nuevos bitcoins se reduce a la mitad aproximadamente cada cuatro años (el evento conocido como “halving”).
Esta escasez programada es el motor de su valor para muchos, especialmente en un contexto donde las monedas fiat pueden ser impresas a voluntad, generando temores de inflación. La accesibilidad global y la inmutabilidad de su cadena de bloques (blockchain) también son puntos fuertes, permitiendo transacciones y tenencia sin fronteras ni intermediarios. Para una nueva generación de inversores, Bitcoin no solo ofrece un potencial de apreciación rápida de su precio, sino también una participación en lo que consideran el futuro de un sistema monetario más abierto y resistente, y una herramienta para la diversificación de carteras.
Así, mientras el oro se basa en milenios de historia y una narrativa de escasez natural y resistencia a la manipulación, Bitcoin se apoya en una escasez programática, una tecnología innovadora y una narrativa de libertad digital y resistencia a la inflación inherente a los sistemas fiduciarios. Ambos buscan ser refugios de valor, pero sus caminos hacia ese objetivo son distintos. La elección entre ellos, o la combinación de ambos, dependerá de la visión del inversor sobre el futuro del dinero, la tecnología y la estabilidad global. ¿Será que el “oro digital” está destinado a eclipsar al oro físico, o simplemente a convivir con él en un ecosistema financiero cada vez más diverso y complejo?
En este contraste entre el oro y Bitcoin, es fundamental reconocer que la percepción de “refugio” es maleable. Para los inversores más tradicionales, la volatilidad de Bitcoin sigue siendo un obstáculo insalvable, lo que lo relega a un activo de riesgo especulativo más que a un resguardo de valor en el sentido clásico. Su historia es aún incipiente comparada con los milenios del oro, y su comportamiento frente a crisis económicas globales profundas aún no está completamente probado, a diferencia del metal dorado.
Además, la narrativa del “oro digital” que impulsó a Bitcoin se enfrenta a retos. La regulación gubernamental, si bien puede legitimarlo, también puede imponer restricciones que limiten su naturaleza descentralizada. La llegada de alternativas criptos y la evolución de las finanzas descentralizadas (DeFi) plantean interrogantes sobre la singularidad y la escasez futura de Bitcoin en un universo digital en constante expansión. Así, mientras el oro mantiene su relevancia por su inercia histórica y su tangibilidad, el papel de Bitcoin como reserva de valor definitiva es un experimento en curso, sujeto a la confianza del mercado y a los vaivenes de una tecnología en plena maduración.
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