La rápida propagación de la fiebre amarilla en Colombia encendió las alarmas de las autoridades sanitarias nacionales e internacionales. Con 47 casos confirmados y 20 muertes en lo que va de 2025, el presidente Gustavo Petro declaró emergencia económica y sanitaria, una medida que ha despertado críticas por su alcance y aplicación.
El departamento del Tolima es el epicentro del brote, concentrando 41 contagios y presentando una letalidad del 43%. El Ministerio de Salud advierte que el cambio climático ha permitido que el mosquito transmisor, el Aedes aegypti, alcance zonas altas de la cordillera andina, incluyendo áreas de Bogotá, tradicionalmente fuera de riesgo.
“Las altas temperaturas están llevando al mosquito a lugares donde antes no sobrevivía”, alertó Petro en redes sociales. Aunque aún no hay transmisión activa en la capital, el temor por la expansión del virus crece.
Brote regional y preocupación internacional
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) confirmó un repunte continental con 131 casos y 53 muertes. Brasil lidera las estadísticas con 81 contagios y 31 fallecimientos, seguido por Perú y Bolivia.
“La fiebre amarilla representa un riesgo para la seguridad sanitaria regional”, indicó la OPS en su último boletín, exhortando a fortalecer la vigilancia epidemiológica.
Vacunación, la principal estrategia
El gobierno colombiano ha intensificado la vacunación en las zonas más afectadas. En Tolima, más de 54.000 personas ya han recibido la dosis, mientras que en Bogotá —aunque no es zona endémica— se han inmunizado más de 19.000 ciudadanos, en su mayoría viajeros y migrantes.
El subsecretario de Salud Pública, Julián Fernández Niño, cuestionó la estrategia centralizada: “Debemos vacunar en las áreas donde circula el mosquito, allí se corta la transmisión”.
Una amenaza silenciosa pero mortal
La fiebre amarilla puede pasar desapercibida en su fase inicial, pero cuando se agrava puede causar fallos multiorgánicos y la muerte en pocos días. Si bien no se transmite entre personas, el virus depende de la expansión del vector, por lo que el control del mosquito y la vacunación oportuna son vitales.
La lucha contra esta enfermedad se ha convertido en un reto sanitario compartido en Sudamérica, que ahora enfrenta una amenaza silenciosa pero potencialmente devastadora.