Donald Trump avanza con una nueva reforma en la Casa Blanca que promete dejar huella. Su administración anunció este jueves la construcción de un imponente salón de baile, valuado en 200 millones de dólares, que será financiado por el propio presidente y un grupo de donantes privados, aún no identificados.
El proyecto, que comenzará en septiembre y estará terminado antes del final de su segundo mandato, apunta a resolver una vieja deuda arquitectónica: la falta de un espacio permanente y elegante para recepciones de alto nivel en el corazón del poder estadounidense.
“Durante 150 años, presidentes, administraciones y personal de la Casa Blanca han anhelado una gran sala de recepciones”, dijo la portavoz Karoline Leavitt, durante una conferencia de prensa, donde explicó que la expansión de la residencia presidencial se debe a que no cuenta actualmente con suficiente espacio para organizar “grandes eventos”.
El nuevo edificio tendrá capacidad para 650 personas sentadas, triplicando el espacio que ofrece el actual Salón Este, y estará ubicado donde hoy se levanta el Ala Este, tradicional sede de las oficinas de la primera dama. La estructura será blanca, con columnas y una fachada que evocará el diseño clásico de la Casa Blanca.
Fiel a su estilo, Trump se involucró personalmente en el diseño y se inspiró en su lujosa residencia de Mar-a-Lago, en Florida. También mantuvo reuniones con el Servicio de Parques Nacionales, el Servicio Secreto y la Oficina Militar para supervisar detalles arquitectónicos y de seguridad.
El diseño estará a cargo de McCrery Architects, mientras que Clark Construction y AECOM se ocuparán de la obra y la ingeniería, respectivamente.
“Será una adición exquisita y muy necesaria”, dijo Jim McCrery, el arquitecto principal. La nueva sala permitirá despedirse de las carpas temporales instaladas en los jardines cada vez que se organiza una cena de Estado.
“Trump es un constructor de corazón, con un ojo extraordinario para los detalles”, agregó su jefa de Gabinete, Susie Wiles, sobre el proyecto.
El magnate republicano mandó a poner cemento en el césped de la histórica rosaleda de la Casa Blanca, llenó el Salón Oval de detalles dorados y plantó dos banderas gigantes de Estados Unidos en los jardines. Ahora, con esta obra, busca dejar un legado físico de su presidencia, con un mensaje claro: su visión del poder no se negocia y tampoco pasa desapercibida.