El talento es un don, una capacidad con la cual venimos dotados, que puede hacernos brillar como un diamante cuando se pule con disciplina y esfuerzo. Sin embargo, una ventaja, no siempre termina siendo una garantía. Y en el alto rendimiento deportivo, donde cada detalle cuenta, la diferencia entre tener buenos momentos o ser una leyenda, no siempre está en los pies o en las manos, sino más bien en el poder de la la mente.
El caso del jugador brasileño Ronaldo Nazário, sin duda, uno de los futbolistas más talentosos de la historia, es una clara evidencia de cómo la genialidad técnica puede verse neutralizada por la falta de disciplina y autocontrol emocional.
Durante su paso por el Real Madrid, Ronaldo fue despedido tras llegar a pesar 95 kilos. Su técnico, lejos de atacarlo, declaró públicamente que era el mejor jugador que había entrenado, pero también uno de los más indisciplinados. Las razones que dio Fabio Capello hablan por sí solas: «tuvimos que despedirlo porque se negaba a seguir las pautas nutricionales, asistía con frecuencia a fiestas y mostraba resistencia a mantener el rigor físico necesario para competir al máximo nivel».
El talento, que lo había llevado a conquistar el mundo y ser admirado por millones, se fue desvaneciendo por falta de rigor. Había de una desconexión entre el genio y la meta. El error de Ronaldo fue perder el foco y cederle el control al ego.
Desde la perspectiva de la psicología deportiva, el caso de Ronaldo refleja un fenómeno recurrente en los atletas de élite: el desbalance entre el brillo externo y el descontrol interno. Cuando un deportista alcanza la cima, puede experimentar un terremoto emocional que lo hace sentirse especial, único e invulnerable. La admiración constante, los elogios mediáticos y la presión por mantener el estatus, pueden distorsionar la auto percepción y quebrar la disciplina.
En ese punto, el rendimiento deja de depender del talento y pasa a depender del carácter. La mente pierde control sobre el cuerpo, aparece la resistencia a la norma, llega el autoengaño (“yo puedo rendir igual”), y el atleta pierde la capacidad autocrítica. Lo que se impone entonces no es la ha oídas técnica o táctica, sino una lucha interna entre el placer inmediato y la excelencia sostenida.
Desde la perspectiva de la psicología deportiva, el autocontrol, la autoconciencia y la regulación emocional son competencias mentales esenciales para crear y sostener el rendimiento a largo plazo. Los grandes atletas entrenan su cuerpo y también su mente, para vencer la pereza, la euforia, el miedo o la vanidad.
Tener una mentalidad ganadora, implica gestionar la importancia personal, mantener el equilibrio emocional y poder enfocarse en la meta. Así se puede pasar de tener un “buen momento” a construir una carrera ejemplar. Pensemos en Lebron James o en Novak Djokovic, ejemplos de constancia y compromiso a pesar de la edad.
-Entrenar la mente tanto como el cuerpo. Desarrollar auto conciencia de las capacidades y los límites. El ideal de “conócete a ti mismo” cobra vigencia. Se deben identificar los pensamientos y emociones que ponen en riesgo el desempeño eficaz.
-Regular el ego para que la fama y el éxito no alejen por falta de humildad y madurez.
-Mantener rutinas y límites, ya que la estructura nos protege del caos. Así, la disciplina no limita la libertad: la hace posible.-Buscar acompañamiento psicológico. Pues el deportista de élite necesita un soporte constante para sostener la motivación y prevenir la autodestrucción del éxito.
-Finalmente, diremos que el caso de Ronaldo Nazário muestra que el talento puede abrir puertas, pero solo la disciplina mantiene el camino despejado. La verdadera grandeza deportiva no se mide solo en aplausos, goles o medallas, sino en la capacidad de dominar la propia mente. En el alto rendimiento, el poder sobre uno mismo, es la súper clave para llegar y mantenerse en la cima.
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