
Opinión de: Marcos Viriato, cofundador y CEO de Parfin
La blockchain nació para descentralizar el poder y crear sistemas que funcionen con transparencia, no con control. Sin embargo, hoy en día, esta tecnología está siendo adoptada por las instituciones a las que estaba interrumpiendo.
Los gobiernos y las corporaciones están integrando la blockchain en sus marcos existentes. Esto convierte una herramienta construida para la autonomía en una que refuerza la supervisión.
Este cambio revela una tensión más profunda. Las ideologías se han involucrado. Desde las donaciones políticas hasta las promesas electorales, la blockchain se ha convertido en un instrumento político. El resultado es un cambio en cómo el poder, la confianza y la gobernanza interactúan en la era digital.
Si queremos que la innovación prospere, las instituciones deben predicar con el ejemplo. Deben construir sistemas apolíticos, conformes e interoperables. Deben establecer una infraestructura basada en la confianza. Las narrativas políticas siempre cambiarán. La infraestructura financiera no debe hacerlo.
La innovación comienza con constructores y emprendedores, pero una vez que comienza a remodelar la economía, la política inevitablemente sigue. Más allá de impulsar el cambio, las tecnologías emergentes se están convirtiendo en parte de la narrativa política.
En el Reino Unido, la promesa de “renacimiento cripto” de Reform convirtió los criptoactivos en una identidad política. Basada en recortes de impuestos, protecciones contra la exclusión bancaria y un entorno de pruebas de innovación, reformuló el progreso tecnológico como una promesa de partido en lugar de una búsqueda colectiva.
En EE. UU., la decisión del Super PAC Make America Wealthy Again de aceptar donaciones de criptomonedas marca un claro cambio: los criptoactivos ya no son herramientas marginales, sino elementos permanentes de la recaudación de fondos política. Las criptomonedas son ahora parte de la infraestructura de una campaña y un indicador de las lealtades políticas.
La regulación se está poniendo al día, pero el progreso aún depende de un diálogo que ponga la innovación antes que la política.
En Argentina, donde la inflación sigue aumentando y la confianza en el peso disminuye, la gente está recurriendo a las criptomonedas. Con una de las tasas de adopción de criptomonedas más altas de Occidente, los criptoactivos se han convertido en un símbolo de soberanía económica en el mercado. Sin embargo, la promoción de la memecoin LIBRA por parte del presidente Javier Milei demostró cómo la innovación puede integrarse en la marca política.
En pocas palabras, una vez que una tecnología adquiere poder, los actores políticos se apresuran a reclamarla.
Cuando la política entra en la innovación, el progreso se vuelve performativo. La blockchain, las criptomonedas y la IA no se construyeron para servir a líneas partidistas. Se construyeron para resolver problemas reales: transparencia, acceso y eficiencia.
Sin embargo, cada vez más, estas herramientas están siendo tratadas como señales ideológicas. Apoyar la blockchain se considera un signo de lealtad política, mientras que el escepticismo se ve como oposición. Confundir estar “a favor” o “en contra” de una ideología política con ser pro o anti criptoactivos es una pendiente resbaladiza. Cuando esto sucede, los países pierden de vista lo que la innovación debe lograr.
La politización también amplifica el miedo. Estas tecnologías ya desafían las estructuras de poder, los empleos y las instituciones existentes; añadir una capa política las convierte en herramientas de división en lugar de desarrollo. El futuro de la innovación depende de desvincular la tecnología de la ideología y establecer regulaciones innovadoras, consistentes y políticamente neutrales que fomenten un crecimiento genuino en lugar de la polarización.
Para las instituciones, la pregunta no es qué lado de un debate político apoyar. Más bien, se trata de sistemas seguros, conformes y confiables. En finanzas, esa confianza depende de construir sistemas en los que los bancos y reguladores puedan confiar. Cuando la blockchain se diseña con esto en mente, deja de ser experimental y comienza a convertirse en infraestructura.
El futuro de las finanzas surgirá de la tecnología que conecta instituciones y comunidades, uniendo las finanzas tradicionales con los sistemas descentralizados que están configurando la economía del mañana. Los constructores y los formuladores de políticas deben avanzar en paralelo. Los constructores deben integrar el cumplimiento y la interoperabilidad desde el principio. Los formuladores de políticas deben crear marcos claros y adaptativos que den a los innovadores la confianza para construir de manera responsable. El progreso ocurre cuando ambos evolucionan juntos.
Nigeria ofrece un atisbo de cómo puede funcionar esa colaboración. Allí, la blockchain no es tratada como una señal política, sino como infraestructura nacional. La Política Nacional de Blockchain del gobierno tiene como objetivo integrar la blockchain en la atención médica, la educación y el registro de tierras, al mismo tiempo que crea un marco confiable para la colaboración pública y privada. Es un estudio de caso en políticas basadas en principios.
Para que otros sigan el ejemplo, el enfoque debe estar en una gobernanza que habilite, no que controle. Los formuladores de políticas deben priorizar la claridad sobre la complejidad y la rendición de cuentas sobre la apariencia. Mientras tanto, los constructores deben diseñar sistemas en los que los bancos, los reguladores y los usuarios puedan confiar y entender.
Opinión de: Marcos Viriato, cofundador y CEO de Parfin.
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