En una esquina de la grada cercana al cemento azul de la pista central de Nueva York, aparecieron este viernes media docena de amigos de Carlos Alcaraz. Casi todos con una camiseta con el lema ‘Cabeza, corazón y cojones’ en el pecho. Eran las … tres cosas que en su día le dijo su abuelo que necesitaba para ganar, una lección vital que se popularizó cuando el murciano ascendió a lo más alto del tenis hace tres años.
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En lo que va de Abierto de EE.UU., Alcaraz le ha bastado solo con lo primero, con la cabeza. Con poco más que seriedad y solvencia, el murciano ha volado hasta los octavos del último ‘grande’ de la temporada. En tercera ronda, este viernes al mediodía -por la tarde en España- pasaportó al italioargentino Luciano Darderi con facilidad (6-2, 6-4 y 6-0).
Darderi fue lo que se esperaba: un rival por debajo del nivel de Alcaraz. Es el número 34 del mundo y, a sus 23 años -nació, como Alcaraz, en 2002- ha llegado a su mejor tenis esta temporada, con presencia en tercera ronda tanto aquí como en Wimbledon.
Pero le separa un mundo del dominador -con Jannik Sinner– del tenis actual. El murciano tiene decenas de maneras de ganar un punto, pero en muchas ocasiones solo tuvo que esperar los fallos del rival, que compareció con nervios.
Solo tuvo una mínima reacción en el segundo set, donde logró romperle en una ocasión el saque a Alcaraz, la primera vez que ocurre en todo el torneo. Pero fue un espejismo. El murciano remontó la situación y le vapuleó en la tercera manga.
Un partido cómodo para Alcaraz, que le sirve para seguir cogiendo ritmo y en el que se ahorró lo que necesita para las grandes citas, sobre todo, para la final con Sinner que todos esperan en Nueva York. Además de sus mejores golpes, que apenas ha tenido que mostrar hasta ahora, le queda mucho corazón y mucho de lo otro en el tanque.