Cae la noche en Madison Square Park, la coqueta plaza en el centro de Manhattan, con la misma oscuridad que ha tomado a EE.UU. tras el asesinato de Charlie Kirk, el activista conservador que cayó de un tiro el pasado miércoles en una … universidad de Utah. Se celebra aquí una vigilia por Kirk, entre el frescor de los árboles y las luces de los rascacielos. Varios cientos de personas han venido al llamamiento del Club de Jóvenes Republicanos de Nueva York.
Quienes se concentran son, en su mayoría, parte de ese movimiento que creó Kirk y que le convirtió en un referente conservador y del trumpismo: votantes jóvenes que se rebelaron contra el dominio en este electorado de los demócratas y de su ideología progresista.
Kirk fue instrumental en el despegue de Donald Trump entre los jóvenes. En las últimas elecciones, convenció a cerca del 45% de los votantes de entre 18 y 29 años. Y logró la mayoría en algunos estados clave, los que decidieron la elección.
La conmoción flota en la vigilia, que empieza con una oración –Kirk era un devoto cristiano– y con una interpretación sobria del himno de EE.UU., cantada por la mayoría de los asistentes. Y, junto a la conmoción, la preocupación por el nuevo capítulo que puede abrir el asesinato de Kirk, en un país cada vez más polarizado, en medio de una intensificación de la violencia política, desde el asalto al Capitolio hasta los intentos de asesinato de Trump cuando era candidato a la presidencia.
«No estoy aquí por el asesinato de Kirk», dice a este periódico Tymon Bielawa, tocado con una gorra con el lema de Trump ‘Make America Great Again’ (‘Hacer a EE.UU. grande otra vez’) y envuelto, junto a un amigo, en una bandera nacional con el nombre del presidente. «Estoy aquí para luchar por él, por lo que defendió. Que yo esté en el centro de Nueva York, un lugar muy liberal, con esta gorra y esta bandera es para decir que no voy a ser cómplice, que no me voy a quedar sentado ante la violencia».
«Como Charlie, tenemos que luchar con la palabra», añade. «Y estoy convencido de que ganaremos sin disparar una sola bala, usaremos la paz, nuestra fe y el nombre de Jesucristo».
Se reparten velas y se suceden los discursos, los llamamientos a seguir el ejemplo de Kirk, que buscó defender sin complejos –también de forma provocativa, agresiva, agitando las tensiones raciales e identitarias– la ideología conservadora. «Jesús nos dijo que hay que poner la otra mejilla», dice Eric, acompañado de su prometida, que viene con media docena de rosas en homenaje a Kirk. «Pero no dijo que nos tengamos que separar de lo que es correcto».
El asesinato de Kirk es todavía muy reciente. Es difícil prever las consecuencias, pero lo ocurrido en los primeros días tras la tragedia no invita al optimismo. En redes sociales, los radicales de izquierda celebran el asesinato; desde la derecha, se llama a la guerra. En el Congreso, los llamamientos a la reconciliación sucumben pronto a la bronca. El presidente de EE.UU., con la mayor autoridad y altavoz para rebajar el tono, defiende que toda la culpa es de la izquierda radical. Que si hay radicales de derecha es por causas justificables, como acabar con el crimen.
Esas posiciones se ven también en la vigilia en Madison Square Park. «Es un momento para unirnos y para ponernos detrás de las ideas de Charlie Kirk», dice a ABC Stefano Forte, el presidente del Club de Jóvenes Republicanos de Nueva York, cuando acaban los discursos.
Insiste en que «al igual que hizo Charlie Kirk, la lucha debe ser sin violencia, buscar el debate». Pero deja claro que no busca entendimiento ni acercamiento con quienes considera sus rivales.
«Hay un partido que está tratando de asesinar a líderes rivales, que trata de demonizarnos», dice sobre los demócratas. «Se llega a un punto de que por tanto llamarnos ‘nazis’ alguien acaba pasando a la acción».
«Esto es un problema únicamente de la izquierda», dice sobre la violencia política, siguiendo a Trump. «La denunciaré en mi bando cuando la vea, de momento no la veo». Está claro que no la quiere ver, los ejemplos son evidentes y abundantes: el asesinato de una legisladora de Mineápolis y de su pareja (otro legislador y su pareja resultaron heridos) el pasado junio; el lanzamiento de bombas incendiarias contra la casa del gobernador de Pensilvania, el demócrata Josh Shapiro, cuando él y su familia dormían allí; el intento de secuestro de la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer; o el ataque contra el marido de Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes.
«Es un momento preocupante, aterrador para el país», reconoce Forte, en algo que pondrá de acuerdo a muchos en EE.UU.
En la vigilia, otros admiten que el problema no es solo de una parte del país. Mario Nicoletto, vestido con traje y corbata negros por Kirk, insiste en que nadie en la derecha ha pegado un tiro a un líder rival –aunque no es tan lejano el intento de asesinato de la senadora demócrata Gabbie Giffords– pero reconoce que «ambos partidos deben hacer examen de conciencia».
Otra vigilia similar, lejos de allí, en Boise (Idaho) acaba en pelea, después de que alguien grita «¡que le jodan a Charlie Kirk!» a los asistentes. Es solo un pellizco de la violencia que algunos temen, en un país descosido por la polarización, en un clima político y mediático que solo echa gasolina al fuego y con muchas más armas que ciudadanos.