Con ropa deslucida, voz moral altisonante, pero desvalorizada, y rehén del veto inmovilizador de cinco grandes potencias rivales entre sí, las Naciones Unidas van por un nuevo Secretario General.
El mandato del portugués António Guterres termina el 31 de diciembre, y la pista de baile ya está entrando en calor con los aspirantes a sucederlo mostrando deseos; candidaturas que recién se conocerán formalmente en septiembre.
Guterres se marcha después de una década en la que ha navegado por las aguas turbulentas de incontables crisis, en un mundo que parece haber implosionado con las guerras en Oriente Medio y Ucrania, los retrocesos en los objetivos de desarrollo y clima, las debacles humanitarias y las matanzas en Gaza y Sudán.
Quien suceda al portugués deberá elegir a los líderes de los fondos y programas de la ONU, si estos sobreviven a los recortes de gastos que el Estados Unidos de Trump ha venido aplicando en nombre de “América primero”: la Agencia para los Refugiados de Palestina (UNRWA) es una de las áreas que más ha sufrido.
La llegada del nuevo Secretario General implica, por tanto, un cambio de guardia que podría remodelar de manera significativa una organización criticada por su pérdida de influencia y su compleja burocracia.
¿Será el turno de una mujer? Ha habido un creciente llamado para que una mujer ocupe el cargo, aunque hasta ahora todos los Secretarios Generales han sido hombres.
Hay nombres en danza: la actual jefa del FMI, Kristalina Georgieva; la expresidenta de Chile, Michelle Bachelet; la actual canciller mexicana, Alicia Bárcena, o Jacinda Ardern, ex premier de Nueva Zelanda, entre otras. Y, también, un argentino: el Director General del Organismo Internacional de Energía Atómica, Rafael Grossi.
La palabra final la tendrá el Consejo de Seguridad. Del voto de los cinco grandes nucleares (China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos), con alguna objeción, pero sin veto, saldrá el nombre que luego la Asamblea General aplicadamente ratificará.
Los desafíos seguirán siendo los mismos: mantener la voz moral de la ONU pese a sus limitaciones, y priorizar el cambio climático y el desarrollo cuando el multilateralismo está bajo asedio en nombre de los intereses nacionales. No por nada a Guterres lo calificaron como un “bombero” en un mundo en llamas sin el matafuegos lo suficientemente grande como para combatir el incendio.